jueves, 25 de diciembre de 2025

Es momento de seguir aprendiendo a amarse

Yo, que durante mucho tiempo creí entender de relaciones amorosas, últimamente —casi sin proponérmelo—, al mirar con honestidad mis experiencias, mis aciertos y, sobre todo, mis errores, he confirmado algo esencial: en el amor todavía me falta mucho por aprender, comprender, transformar, corregir, aceptar y mejorar.

Debo aprender que volver a enamorarme de la mujer que ya amo no significa obsesionarme ni llevar las emociones a los extremos. Debo aprender a no colocar en ella toda la motivación de mi vida, ni convertirla en el centro absoluto de mi bienestar.

Debo aceptar que, en el amor —como en cualquier ámbito de la vida—, existen tropiezos, caídas y dolores; y que el miedo, lejos de proteger, suele complicarlo todo. Debo aprender que no es sano sobrevalorar, endiosar o idealizar a nadie. Somos humanos: no debo exigir de mi pareja más de lo que razonablemente puede dar un ser humano. Debo aprender a ser fiel a quien soy, siempre que eso no implique vulnerar el respeto, la dignidad o la tranquilidad de quien camina a mi lado.



Debo aceptar que a veces es necesario atravesar un dolor profundo para valorar una felicidad verdadera; y que, en ocasiones, tocar fondo se convierte en el punto más firme desde el cual impulsarse.

Debo aceptar que los planes pueden desvanecerse en un instante, porque el futuro no responde a mi voluntad, sino a su propio curso. Si la vida me permite construir algo, debo agradecerlo en lugar de quedarme atrapado en lo que no fue.

Debo aceptar el amor que hoy recibo —y el amor que hoy soy capaz de dar—, y agradecer a Dios por ello.



Debo aprender a no ser posesivo. Mi pareja no me pertenece; su presencia en mi vida es un regalo, no una propiedad. Nadie tiene derecho a decidir por la vida del otro. No puedo esperar que actúe únicamente conforme a mis deseos. No debo controlar, manipular, imponer ni definir su destino. Tampoco debo reprocharle a la vida cuando me recuerde que lo valioso no se posee: se cuida, se honra y se respeta.

Pero, por encima de todo, debo aprender que nunca dejaré de aprender. Y mientras sigo aprendiendo, debo permitirme vivir y sentir con madurez: sin negarme lo humano, pero sin perderme en ello.

Hoy, mientras empiezo a recuperarme de ciertas heridas —precisamente porque comprendí que aún me faltaba aprender—, lo único que queda es respirar profundo, secarme algunas lágrimas y recordarme con calma:



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